Cuetzalan, saberes compartidos y una pregunta urgente para nuestro futuro

Notas tras la invitación de la COMISIÓN PARA LA COOPERACIÓN AMBIENTAL (Montreal, Cánada) para visitar la Fundación Tosepan en la Sierra Nororiental de Puebla, México.

11/28/20251 min read

Del 19 al 23 de noviembre respondí a la invitación de la Comisión para la Cooperación Ambiental (Montreal, Canadá) para visitar la Fundación Tosepan en Cuetzalan. El viaje fue un intercambio de saberes entre comunidades que llevan décadas construyendo sus propias rutas de vida, sustentadas en prácticas colectivas y en la soberanía del conocimiento.

Mientras caminaba con los amigos de la Tosepan entre bosques, cafetales y espacios comunitarios, pensaba en algo que pocas veces decimos en voz alta: gran parte del imperialismo contemporáneo depende de sistemas centralizados de producción de conocimiento. Universidades de élite, centros de investigación de los gobiernos, consultoras globales y organismos multilaterales producen las ideas que luego dictan qué se considera “desarrollo”, “progreso” o “transición energética”. Esa arquitectura intelectual mantiene vivo un poder que se adapta, se expande y se reproduce.

Por eso experiencias como la de Cuetzalan —y su diálogo con Casa Pueblo— son tan necesarias. Muestran que existe y puede fortalecerse una red de saberes comunitarios, alterna a los circuitos académicos tradicionales, donde las comunidades investigan, interpretan, innovan y construyen soluciones propias.

Este viaje me dejó con preguntas abiertas:

  • ¿A qué escala pueden los pueblos liberarse de las nuevas formas de imperialismo que acompañan la crisis climática?

  • ¿Cómo los sistemas de conocimiento comunitario —ancestrales y contemporáneos— pueden guiar rutas propias de adaptación, más justas, solidarias y equitativas?

  • ¿Qué alianzas son necesarias para romper el aislamiento geográfico y tejer respuestas intercomunitarias reales?

Construir estos puentes no es sencillo. Implica tiempo, escuchar a profundidad, confianza y constancia. Pero cada encuentro confirma que insistir vale la pena: hay un mapa de futuro que solo se puede dibujar entre comunidades, compartiendo experiencias, fortaleciendo lo que ya existe y creando juntos lo que aún falta.